Marta Estebaranz |
Su vuelo, homogéneo, casi carente de movimiento; y las grandes alturas a las que llegan a elevarse; hacen que se presenten como diminutos puntos en la lejanía. Poco a poco su figura se va aclarando. Siguen sin apenas moverse. Se distinguen sus plumas en los extremos de las alas y su enorme envergadura. El movimiento circular les permite ascender y descender como quien se deja llevar. Arriba, arriba. Cada vez más altura, más campo. Vuelven a hacerse diminutos. Quietos, siguen sin apenas moverse.
¿Cuántos hay? Seguimos acercándonos y empezamos a distinguir con más claridad sus figuras. Ahora sus cabezas, al final de sus llamativos cuellos, comienzan a moverse. De izquierda a derecha. Observando. Buscando. Siete, nueve... ¿Cuántos hay? Más de los que pensábamos en un principio. Su vuelo circular les hace ser difíciles de enumerar. Cuando te das cuenta ya han pasado al otro lado, o has contado dos veces a un mismo ejemplar.
Más cerca. ¿Qué tamaño tienen? Casi son tan grandes como nosotros. Su envergadura es imponente. Algunos ejemplares se alejan del grupo, aletean al acercarse a los riscos y finalmente toman tierra entre los vértices de los acantilados. Allí hay más, pero no los habías visto. Como tampoco te habías dado cuenta de que a apenas 15 metros, silencioso, otro nos observa. Ha pasado de largo. Puedes ver su cuello girar para reconocer el terreno, sus alas haciendo un movimiento casi imperceptible y vuelve a alejarse y a ascender. Se reúne con sus compañeros.
Impresionan. Cada vez quieres verlos desde más cerca. Pero ellos no se dejan. Se muestran, más por verte que porque les veas. Y satisfecha la curiosidad, marchan. Hemos visto muchos ejemplares hoy. En vuelo, en sus nidos o ascendiendo impasibles en la inmesidad del cielo. Cada avistamiento ha sido diferente. Habrá que volver...
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